martes, 24 de agosto de 2010

La diferencia entre parcela y chalet

Para mi un bolso nunca será un Gucci ni unos vaqueros unos Levi's. Esto es algo que recordé hace unos días gracias a la visita que unos amigos hicieron a la parcela de mis padres. Ellos se empeñaban en llamarla chalet y yo parcela. Y es que tras cada ladrillo, baldosa, maceta, mueble, pared, reja, jardín, piscina, barbacoa o seto que tiene la mencionada parcela están mis padres, trabajando de sol a sol en sus días de descanso para convertir un terreno baldío en una segunda residencia. Mi padre es un manitas, un hombre del renacimiento, todo lo sabe y encima, lo sabe bien. Mi madre, impasible al tiempo y a la desesperanza, es lealtad, ánimo y sacrificio personificado.

Por otro lado, todos sus ahorros están ahí, en ese terreno, al igual que sus vacaciones, sus sueños y sus esperanzas, por esta razón pregunto ¿cómo puede ser un chalet algo que ha costado tanto sudor y sacrificio? Los chalet son de aquellos que se encaprichan de un terreno y pagan porque les hagan una casa con piscina o de aquellos que directamente se van al Brillante y adquieren una segunda residencia. No sudan, no trabajan, no se sacrifican, no fabrican su sueño, mis padres sí.

Recordé entonces lo que me cuesta llamar a algunas cosas por su nombre, aunque lo merezcan, y me detuve a reflexionar el por qué. La respuesta está en la educación. La mía, ésa que me lleva a ser en ocasiones demasiado humilde (cosa que no es del todo buena), se la debo a mis padres, a los que, por otro lado, les debo la mayor de las admiraciones. Creo que no podría lograr lo mismo que ellos, porque, entre otras cosas, no tengo la entereza para perseguir un sueño durante 30 años. Eso sí, gracias a ellos hoy sé lo que cuestan las cosas, y que unos Levi's soló son unos vaqueros y que un Gucci es sólo un bolso con una etiqueta.

Todo en esta vida tiene un precio. El coste puede ser económico, que es medida que utilizan muchos para todas y cada una de sus cosas, o sacrificio y esfuerzo, que es la que usan otros. Para algunos, lo de trabajarse un sueño supone un precio demasiado alto. Para otros, como mis padres, es ley de vida: "Si quieres algo en la vida y no puedes comprarlo con dinero, vas a tener que ponerle ingenio y sudar para conseguirlo". Y eso es lo que han hecho mis padres desde que yo tengo uso de razón, sudar y sacrificarse por una idea, un sueño. La pena es que a veces, desde fuera, pienso que lo disfrutan menos de lo que deberían una vez que está "casi" conseguido.

Y digo "casi" porque hay cosas que parecen no tener fin. Entre otros motivos porque llega un momento en el que te acostumbras a perseguir tu sueño y crees que perderá interés cuando no te quede nada por lograr. A mis padres les ocurre esto, por eso nunca terminan de ponerle la guinda al pastel, vamos a la parcela, aunque siendo justos tendría que decir chalet. Quizás nunca sale de mi boca esta palabra para nombrar la segunda residencia de mis padres porque de ellos tampoco sale. Mi madre en alguna ocasión la ha llamado "Villa Berrinches", pero nunca chalet, quizás ellos también pequen de humildes.

El caso es que puede parecer que llamando parcela a la parcela de mis padres le quito importancia, que ellos mismos se la quitan, pero en realidad es todo lo contrario. Si te pones a pensarlo durante un segundo te das cuenta que muchos tienen un chalet maravilloso a golpe de talonario, pero pocos poseen una parcela que parece un chalet, sobre todo si el coste son 30 años de entrega.

Dicen que las cosas se valoran cuando ha costado conseguirlas, creo que 30 años es tiempo suficiente para afirmar que es cierto. Sé que esa parcela significa mucho para mis padres, pero también para mi hermano y para mi, porque gracias a ella, hemos aprendido, crecido como personas. Grandes momentos de nuestra infancia, adolescencia y juventud los hemos vivido allí; espero que también de nuestra madurez y vejez. Ojalá la historia de "Villa Berrinches" y de los tatarabuelos Rafa y Rosa se cuente a la luz de la chimenea algún día.