jueves, 9 de agosto de 2012

Las despedidas de mi futuro

Cumplí 35 años y decidí comenzar un diario. No sé si por recordar la adolescencia, por dedicar unos minutos al día a escribir sobre lo que realmente me rodea o simplemente porque intuía la necesidad de rumiar cada día para poder tragarlo. Sea cual fuere la razón desde entonces no he escrito sobre ningún acontecimiento que esboce mi sonrisa. Ortega y Gasset dijo aquello de que "yo soy yo y mis circunstancias", pues bien, mis circunstancias parece que se empeñan en obligarme a dedicar unos reglones cada día al recuerdo, la nostalgia y la añoranza de alguien que no llega o que se marcha. 

A unos les escribo porque se despiden de mi poco a poco, en silencio; otros porque lo hacen de repente sin llegar a conocerlos. A otros les dedico unas líneas porque nos abandonan después de luchar y a otros porque de repente les cuentan un día cuál es su fecha de caducidad en este mundo en el que para vivir hay que morir. 

Hace unos días despedimos al padre de un amigo, tras un año de lucha ahora descansa en paz. Y en su despedida volví a recordar todo lo que no me gusta. 

He asistido a demasiados entierros y de una vez por todas os cuento aquí y ahora que yo así no quiero morir. No quiero. No quiero que al despedirme de una vida que espero vivir intensamente el negro sea el color que me venere, no quiero.
No quiero que nadie cante con pena cánticos en mi memoria, ni campanas que tiñan a muerto, no quiero. No quiero que los que me recuerden den el pésame a mi familia ahondando en su dolor, no quiero. No quiero que un cura que no me conoce de nada hable de mi, ni de lo que me espera, ni de lo que viví, no quiero.
Sé que cuando uno ya no está en este mundo poco poder de decisión tiene, pero me gustaría dejar estas letras como testamento vital porque me gustaría que mi despedida fuera cómo a mi me gustaría despedir a los que se marchan de mi lado y que por la cultura que envuelve a la muerte hoy por hoy me resulta imposible.



 

A mí me gustaría a ir a un sepelio vestida como si fuera un día especial, me gustaría llevar fotos y recuerdos del homenajeado en la cartera para recordar su vida, sus aficiones, su mal carácter o aquella vez que nos hizo reír a todos al caerse. Me gustaría relatar mientras brindamos lo bonito que fue compartir nuestra vida con esa persona, lo mucho que nos aportó y las veces que nos peleamos. Me gustaría preparar su plato favorito y brindar con su vino, bailar su música y caer derrotados pasada la madrugada por su recuerdo, por su vida y no por su muerte y su adiós. 

Me gustaría poder soñar a cada poco con el que se marcha y vivir en ese limbo los mejores momentos compartidos. Me gustaría tanto no despedirme de una caja de pino y sí del pariente, del amigo, de la persona. Y me gustaría que una gran foto suya sonriendo presidiera ese homenaje, y que en lugar de pésame diéramos palabras llenas de vida a los que se quedan.

Odio esa costumbre nuestra de despedirnos entre llantos y sólo llantos fomentados por el circo en el que a veces se convierte la muerte. Sé que hay costumbres tan arraigadas que cumplir este deseo es muy complicado, pero creo que si despidiéramos al ser querido de esta forma el día de su despedida sólo sería el primer paso para seguir viviendo con él pero de otro modo. 

Al final el dolor pasa, y lo hace porque debemos continuar con nuestra vida, hay que tirar para adelante, por este motivo me pregunto por qué sembramos más pena en la despedida con el luto y pésames vacíos. Además, el rito religioso de los creyentes es el que menos entiendo, si nos despedimos de alguien que se va a la derecha de Dios padre por qué lloramos o por quién lo hacemos realmente, por él que se va al paraíso o por nosotros que nos quedamos. Nunca lo he entendido. Jamás me he despedido ni he permitido que nadie se despida de mi entre lágrimas cuando me voy de viaje a un lugar mejor, por qué he de soportarlo en mi fallecimiento. 

Sé que sentir dolor es irremediable. Los que nos quedamos aquí solos somos los que padecemos ausencias, y con ellas el dolor, a veces algo egoísta, de no poder contar con el apoyo, el cariño, la sonrisa y los consejos de la persona que despedimos. Me gustaría pensar que el día de la despedida hacemos un homenaje al que se marcha y como tal a mi me gustaría que fuese un día de fiesta. 

Así que si os despedís de mi alguna vez llevad la prensa del día por si hay algo más interesante de lo que hablar; para comer os propongo jamón 5J, carabineros y vino blanco verdejo DO Rueda, me encanta; y si os vais a poner nostálgicos... que suene alguna melodía al piano mientras relatáis mis hazañas. Eso sí, mantened una sonrisa, poneros guapetes y bailad hasta el amanecer pop de los 90, quizás de un entierro salga una boda y el mundo al final se pliegue sobre si mismo para volver a empezar. Gracias, yo os devolveré el favor preparando todo allí donde uno vaya para recibiros también con otra fiesta. Salud.