sábado, 3 de diciembre de 2011

Mi autoayuda, tu autoayuda, nuestra autoayuda




Hace tiempo que no escribo, quizás no tenía nada que decir. No es que ahora lo tenga, ahora lo hago porque lo necesito. Me hice periodista por esta necesidad, la cual he olvidado en los últimos años más de lo que me gustaría, al igual que a mi primer amante, el piano. No voy hacer ahora una lista de propósitos para Año Nuevo, en la que incluya retomar mi relación con las teclas de un viejo amor ni con mi deseo de dedicarme a escribir relatos de la vida cotidiana. No lo voy hacer porque mi propósito para Año Nuevo está muy claro. Encontrar un trabajo. Ya no sugiero que sea bueno, ni siquiera que esté bien pagado, sólo digo que sea uno que dignifique, que me haga sentir que nadie tira de mí y que yo también aporto algo a este carro social lleno de bajas.

Por eso hoy no voy hacer esa lista, que ya en mis queridos medios de comunicación empiezan a anunciar mientras cinco minutos antes nos cuentan que el paro ha vuelto a crecer. Mis oídos chirrían al escuchar las noticias, pero comprendo que se mezclen en los informativos reportajes sobre el macropuente y los adornos navideños, que suenan a otra época, con  noticias sobre la realidad actual de la prima de riesgo y las colas del INEM. Las entiendo porque han sido muchos los años que estado detrás del telón ayudando a mover los hilos de una realidad casi siempre falseada y narrada para quien la quiere escuchar con poca o nula sensibilidad. Al menos hoy lo siento así.

Ahora sólo quiero recuperar el tacto de otras teclas, las de mi ordenador, y recordar que al acariciarlas encuentro el alivio que mi alma necesita, la tirita y el consuelo que me da saber que con un nuevo documento en blanco mi mundo se disfraza de lo que yo quiero. Puedo ser quien quiera ser, vivir lo que quiera vivir y encontrar la solución a una situación que, si no te pones las gafas de cristales rosas, ves abocada a otro corralito. Pero no es ésta la historia que os quiero contar, quizás ésa la vivamos y ya sabéis que la realidad supera siempre la ficción. La que os quiero narrar es ésa que, cuando uno siente que cae al vacío, te llena de fuerzas y logra que puedas agarrarte al más fino quicio, al clavo ardiendo.

Hay cosas que nunca van a depender de nosotros, y menos en la situación actual, pero otras muchas sí. La mayor parte de ellas dependen de nuestro estado emocional, de la fuerza interior que demostremos ante las adversidades. Os recomiendo ver la película 127 horas. El ser humano es capaz de todo, de to-do, de lo mejor y de lo peor, pero esto no lo descubro yo, esto ya lo sabéis. Sólo es cuestión de reconocer qué es lo mejor que podemos hacer para sobrevivir y luchar, luchar y luchar por conseguirlo, porque en esta vida hemos venido a eso, a luchar, y quien pensara lo contrario ya se habrá dado cuenta de su error. Es cierto que en ocasiones, muy contadas, encontramos la felicidad, pero siempre la hallamos tras esa pelea constante que mantenemos contra nosotros mismos para adaptarnos a una realidad cambiante.

Cuando nacemos en nuestra vida nada es imposible, todo está por hacer, sólo es cuestión de comenzar, de caminar, y lo hacemos. Pues cuando caemos al vacío es igual. En esta situación todo está por ganar y no hay nada o casi nada que perder. Lo que depende de nosotros es el tiempo que dediquemos a caernos y el que dediquemos a caminar. Por eso, deja el lamento, el llanto, la nostalgia y la desesperanza, deja todo lo que te hunde a un lado y visualiza la entrada de tu pozo; porque en un pozo, la entrada y la salida se encuentran en el mismo sitio. 

Cuando sepas por qué empezaste a caer sabrás como escapar; es así de sencillo y así de complicado. Es un proceso que te puede llevar sólo unas horas o unos días, o por el contrario prolongarse durante meses o años, eso depende de lo rápido que aprendas a reconocer las cosas que te hacen bajar o subir por esa cuerda que existe en todo pozo. Es normal caerse y hacerse daño, incluso mucho, si es el alma la herida, pero más normal debe ser levantarse. No mires hacia abajo, no camines cabizbajo, porque así no podrás ver el horizonte.

Yo, cada día aprendo a levantarme de una forma diferente, es lo que tiene tener todo el tiempo del mundo y, asimismo, tener menos que nadie. Sí, cuando estás en paro todo el mundo piensa que tienes mucho tiempo, dicen que libre, pero en realidad lo que tienes encima de tu cabeza es una cuenta atrás que parece correr más que para ninguna otra persona. Los días, las semanas, los meses pasan volados y no te da tiempo material a llevar a cabo todo lo que te propones hacer para salir de tu particular pozo. Las horas del día se quedan cortas para aprender todo aquello que necesitas saber. Y es que cada día que pasas en paro, la vida te examina de un modo u otro. Es el peor examen al que me he enfrentado, y ahora dejo de hacer demagogia.

A mi me ayuda escribir, narrar lo que pasa por mi cabeza, ésta es mi autoayuda. Cada uno tiene la suya, hay que saber reconocerla y sacarle el máximo jugo posible. No olvidemos que cuando uno está en caída libre, y ve la luz sólo cuando mira hacia arriba, lo mejor que le puede pasar es que esté bien preparado, tanto física como mental y emocionalmente. No hay que tenerle miedo al fondo del pozo, la oscuridad no hace daño, no mata, al igual que la lluvia, aunque reconozco que todavía hoy corro a refugiarme bajo un paraguas cuando me sorprende. Por eso debemos aprender a bailar bajo la lluvia, a sobrevivir con lo justo, y cuanto antes lo hagamos, antes encontraremos nuestra felicidad. Un día leí en algún sitio que la vida no trata de sobrevivir a una tormenta, sino de aprender a bailar bajo ella. Y es cierto.  
Aprendamos a ser felices con lo que poseemos, por que hay que tener muy clara una cosa: todos caemos. De un modo u otro, en algún momento de nuestra vida, por distintas y diversas circunstancias, caemos, y siempre nos hacemos daño, siempre. Pero también debemos tener cristalino que ese dolor, esa caída, ese padecimiento no dura eternamente, es física y humanamente imposible, y sabiendo esto podemos hablar ahora largo y tendido si queréis de la tan traída y llevada inteligencia emocional, pero para qué. La inteligencia emocional es una asignatura que los españoles, cuando acabe esta nueva crisis, habremos superado una vez más con cum laude. No ha sido de otra manera. No puede ser de otra manera. Y si en esta ocasión la hay, no quiero verla; hoy, no tengo a mano mis gafas.

Dejad los paraguas en casa y mirar al frente, el camino está ahí.