jueves, 17 de junio de 2010

A mi barrio, voy en bus

Mi padre siempre me contaba de pequeña lo fabuloso que era ir en bus. Yo lo escuchaba atenta pero nunca entendí el por qué. Cuando fui creciendo me dí cuenta que mi padre es un hombre al que le gusta poco conducir; de hecho mi madre me ha ido relatando con los años varios percances que tuvo en su juventud por quedarse dormido al volante. Mi padre se duerme, como se suele decir, en el pincho una pita. Con este historial es normal que asegure que lo mejor es ir en bus. No en tren ni en avión, en autobús, quizás porque, además de todo lo anterior, se ha pasado trabajando toda su vida, y cuando digo toda es toda, en Alsina Graells. Vamos, la catalana para que me entiendan.

El caso es que mi padre no hablaba sólo de las largas distancias a la hora de elegir el bus, él se refería también al transporte urbano, al ecológico, al colectivo, al que va de barrio a barrio con un horario, vamos al que dice María Ángeles Luna, concejala de Comercio y Transporte, que hace Aucorsa. A ése. Hoy lo he descubierto y es maravilloso. Y lo he descubierto no porque no lo use, que lo hago a diario, ya digo que yo a mi barrio voy y vengo en bus. Lo he descubierto porque me he dejado el mp3 en casa y me he dedicado a observar lo que sucedía a mi alrededor para matar el tiempo. El trayecto del centro a mi barrio, en el distrito de Levante, es relativamente corto, pero suficiente para ver y escuchar de todo. Además las líneas que pasan por él son de lo más variopintas.

Con una de ellas atraviesas toda la ciudad, y por tanto varios barrios. Es la 6 y es la mejor de todas. Une Levante con el Polígono Guadalquivir, pasando, eso sí, por el centro. Así, te puedes encontrar a la señora o señor que van a trabajar de lo más humildes hasta los que aseguran que su barrio, el mismo que el de los otros, es parte del casco histórico y no se dejan ni una alhaja en la mesilla para ir a pasearse por el centro. En cuanto a la juventud… te encuentras desde los que parecen recién salidos de reformatorios hasta los que aspiran a ser pseudopijos. Pero lo bueno del bus es pararse a escuchar las conversaciones ajenas, ya sé que está muy feo, pero es lo mejor.

¿Quién no se ha enterado alguna vez yendo en autobús a casa de lo que le pasó a la Mari del 5º la pasada noche cuando llegó a su piso o lo que le comentó fulanito que le había dicho menganito después de pelearse con tanguito por un comentario que le dijo la suegra de su yerno? Que si te bajas a medias, te da hasta coraje, o ¿no? Las reconciliaciones y las peleas por teléfono son de mis preferidas. El que las mantiene se olvida de que está rodeado de gente y arremete o achucha al que está al otro lado sin contemplaciones. Qué bonito es el amor, sobre todo, como dice un amigo, cuando se hace, aunque sea en el bus y por teléfono. Eso sí, lo peor es ver cómo discuten dos señoras con más años que un nudo por saber quién es la que tiene mejor educación; si las dos están gritándose… ¡ninguna, señoras, ninguna!

Y es que te paras a escuchar y te enteras hasta de lo que no pasa, porque la gente es así. Pasa por una obra, por ejemplo, y, sin saber de nada, relata al que está al lado lo que se va hacer, lo que no, lo que se podía haber hecho y lo que hubiera hecho él. Todo eso cargando contra quien lo hace, claro, que nunca se abre la boca para contarle al desconocido que tiene al lado algo bueno, que para eso se habla del tiempo y listo. El que escucha le suele dar la razón, aunque sea como a los locos. Así que se baja más contento que unas castañuelas, pensando que si su mujer no le da la razón es porque es una mala pécora, porque fuera de su casa todo el mundo le entiende, jolín!

Ya les dije en una ocasión que estaba muy ocupada dando las noticias locales, eso me hace estar diariamente informada de lo que pasa, pues bien, no pasa un día sin que en el autobús me entere de una cosa nueva. Y me pregunto, ¿y esto por qué no lo cuentan los protagonistas en esas ruedas de prensa que dan a veces a bombo y platillo? Porque es mentira. Desde luego, hay ocasiones en las que me gustaría meterme en la conversación y poner algo cordura en algunas cosas que escucho, pero luego pienso para qué, si me lo estoy pasando bomba. (Nota mental: dejar el mp3 en casa todos los días).

Sin ir más lejos, hoy, camino de Ollerías pasamos por la nueva glorieta de La Fuensantilla, ya saben que se ha hecho con fondos FEIL, que no son otros que los dados por el Estado para unos proyectos concretos y fomentar el empleo. Bueno, pues un señor empeñado en convencer a otro de que no servía para nada, que era más fea que Picio y que con ese dinero se podía haber hecho un aparcamiento en la zona, que hay mucha necesidad en el barrio. ¡Pero si es una glorieta partida!, ¿dónde se va hacer un aparcamiento, alma de cántaro?

Pero bueno la mejor historia del día es la que protagoniza un señor con unos 60 años encima y muchos más kilos. Está jubilado casi con total seguridad, esto es algo que intuyo, claro, y se sube ya relatando y criticando no sé muy bien el qué. El caso es que nada más subirse arremete contra el conductor porque no pone el aire acondicionado. Es verdad que hace calor, es junio y son las tres de la tarde, pero también es cierto que el conductor nada más preguntarle le pide disculpas y le informa que está estropeado. Pero él sigue insistiendo y relatando desde el final del bus y, como se queda sin argumentos y la gente le mira, no tiene otra cosa que decirle a su amigo que aguantaba el chaparrón: “Este tío trabaja en Aucorsa y, como es una empresa municipal, es rojo fijo”. Y sigue su argumentación asegurando que como es rojo es verde, vamos ecologista, y que como es ecologista no pone el aire porque no le da la gana, para fastidiar, y ahorrar cuatro duros que luego se gastan “ellos” en irse a Cuba de turismo sexual. Ahí queda eso.

Su amigo, que ya no sabe donde meterse, le dice que no hable más tonterías, pero él continúa... "Paco, que no tengo nada en contra, pero que "esos" no son de los míos (de su forma de pensar, vamos), que son todos unos sin vergüenzas". Y una y otra vez de vuelta la cabra al monte. El autobús va completamente en silencio, a pesar de que es hora punta. Incluso los que suben se quedan callados esperando a ver cómo acababa la cosa.

Después de diez minutos insufribles, una señora que lo tiene enfrente no puede aguantar más y le dice: “Mire, que calor tenemos todos y hartos de trabajar también venimos, así que tenga mi abanico y cállese la boca, que si no comiera tanto no tendría tanto sofoco. ¡Leche con el tío, la tarde que está dando!”. El señor en cuestión se queda callado un instante. A mi me da por soltar un carcajada y los que van delante empiezan a chiflar y aplaudir. Creo que incluso el conductor no puede remediarlo y se ríe.

Con el bochorno, el señor dice algo para sus adentros y su amigo termina por recriminarle: “Ves, Antonio, si es que vas ofendiendo, y encima tu cuñado trabaja en Aucorsa”. Ahí es cuando tuve que cruzar las piernas para no mearme encima. Increíble. En la siguiente parada el señor se baja, nunca sabré si esa era la suya, pero espero que sí porque calor para ir andando hacía un rato. Lo que sí sé es que yo a mi barrio voy en bus.

2 comentarios:

  1. jajajjjaajja me ha encantado lucía...es lo más!!! a mi me encanta tb el transporte público, antes lo usaba mucho pa ir a la facultad, ahora por desgracia, lo uso menos...
    es emocionante unirte a esas personas, aunque sea en un cortísimo periodo de tiempo, a mi me gusta imaginar dónde van y que hacen en su vida...es fabuloso!!! y divertido!!!
    me encanta tu blog!!!
    malvasía

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  2. Lo que se pierde la gente por llevar puestos los cascos con la música...

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